jueves, 17 de octubre de 2024

ESPIRAL ONÍRICA INFINITA

 

Ese sonido había vuelto, acompañado por el leve movimiento del aire sobre mi cabeza. Sentía que el peso de un cuerpo desconocido hundía la almohada y acechaba para saltar sobre mi rostro. Advertía cómo mi cuerpo se tensaba y un sudor frío bañaba toda mi piel, cubierta por las ligeras sábanas de verano. Era octubre, pero aún hacía calor. Sin embargo, el temblor me recorría, sacudiendo ligeramente mis extremidades. Quise levantarme y huir de esa cama, ocupada por un ente extraño y amenazador. Deseé sacudir mis brazos y protegerme del ataque inminente. Traté de gritar, demandar una ayuda que sabía que no llegaría a tiempo.

No pude moverme. Mi cuerpo, sudado y tembloroso, no respondía a los mandatos que le enviaba mi mente adormecida. Tampoco mi garganta quiso atender a la orden de gritar. Mis ojos estaban cubiertos por unos párpados pesados e inertes. Aunque yo era completamente consciente del peligro, mi cuerpo aún estaba atrapado por los férreos lazos de Morfeo.

Mi respiración se estaba agitando, espoleada por el pánico que se vertía lentamente por todo mi ser, pero no obtenía otra respuesta física que el sudor y la falta de aliento. Hubiera llorado, si mis ojos hubieran podido obedecer a mis deseos, pero seguían completamente cerrados. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que percibí la presencia del intruso? Quizá ni siquiera segundos. El tiempo parecía transcurrir muy lentamente. Incluso, podría jurar que se había detenido en el momento exacto de mi agonía.

Yo debía ser más fuerte. Luchar contra el segundero estático y hacer que se reanudara la rueda del tiempo; hacer que el sueño abandonara mi cuerpo y éste reaccionara para defenderse. Me concentré en mi voz. Intenté movilizar los músculos vocales, responsables de producir el sonido. Tras un enorme esfuerzo, conseguí arrancarles un gemido ronco, que apenas conseguía salir al exterior entre mis labios, casi cerrados y también inmóviles. Sin embargo, ese sonido, repetido con insistencia, hizo que mi mente lograra conectar con las terminaciones nerviosas de mi cuerpo y enviarles sus órdenes con éxito. Conseguí mover los dedos de mis manos y, finalmente, mis párpados se abrieron y dejaron paso a la penumbra que reinaba en la habitación.

En el preciso instante en que mis ojos se abrían, la presencia se esfumaba del escondrijo en el que se había atrincherado. Al recobrar la movilidad de mis músculos, conseguí girar mi cabeza y verificar la ausencia de una amenaza corpórea. Agité levemente mi cuello y pensé, por un momento, en levantarme y hacer una ronda de comprobación por toda la casa, para asegurarme de que, efectivamente, no se había colado ningún intruso, humano, animal o sobrenatural, que pudiera seguir perturbando mi tranquilidad. No obstante, la somnolencia seguía volviendo mi cuerpo plomizo y tenía la sensación de que todo lo vivido había sido una pesadilla.

Contemplé las sombras que tamizaban la visión de los muebles de aquella pequeña habitación y respiré profundamente, apremiando a la calma para que se instalase en mis alteradas entrañas. Me repetí que todo había sido un sueño, conté hasta tres y volví a cerrar los ojos.

El leve sonido de un roce sobre las sábanas volvió a alertarme. El movimiento de la cama, suave pero claramente perceptible, me hizo consciente, de nuevo, de esa presencia hostil. A mi espalda, sentí un frío aliento y una ligera fricción en mi cabello, como una caricia malévola e intimidante.

Nuevamente atrapado por el sueño, mi organismo se negaba a reaccionar a esos estímulos delirantes. Ni sonido, ni movimiento, ni otra reacción que la del vello corporal erizado y la náusea ascendiendo por mi esófago, producto del atisbo de un macabro final. Gemí nuevamente, sin llegar a saber si el sonido que yo percibía era real o soñaba que gemía. También el movimiento que captaba de mi cuerpo, agitándome y sacudiendo mis extremidades, estaba desdibujado por la delgada línea que separa el sueño y la vigilia.

Sin llegar a despertar completamente – o tal vez habiendo despertado, pero con mi cuerpo paralizado – traté de infundirme valor y convencerme de que todo lo que me ocurría estaba explicado por una o múltiples parasomnias. Sin embargo, antes de que mi conciencia y mi voluntad se hubieran convencido de ello, volvía a reparar en el intruso a mi espalda.

Perdí la cuenta de las veces en que el ciclo de sueño, despertar, pánico y paranoia, se había reproducido. Tampoco podía distinguir los momentos en los que dormía o velaba, como si todo fuera fruto de una pesadilla interminable. Sintiendo el agotamiento por el esfuerzo de hacer que mi cuerpo tomara el control y con la mente confundida por el carácter onírico de mis percepciones, llegué a pensar que jamás me libraría de ese horror. ¿Y si realmente no despertaba nunca? Quizá fuera aquel mi infierno particular: una eternidad de angustia indefinida, de incertidumbre, de tinieblas y soledad.

Escuché una voz. Alguien me llamaba por mi nombre. Sentí un suave zarandeo y la cálida sensación de alguien calmando mi miedo. Por fin, iba a despertar por completo y me sentiría a salvo. Pensé en la taza de café que me tomaría, dando por concluido el descanso de esa noche, a pesar del sueño que arrastraría durante la siguiente jornada.

Finalmente, abrí los ojos, para encontrarme con la habitación en penumbra y el silencio nocturno habitual. Nadie me estaba despertando, porque nadie había conmigo en esa cama, en esa habitación, ni en esa casa.

De nuevo, el sonido a mi espalda. La presencia del intruso acechando en un bucle infinito.

jueves, 19 de septiembre de 2024

KURI


Sofía siempre fue una chica de otoño. Nacida en octubre, hogareña y tendente a la melancolía. Cuando terminaba el verano, se deleitaba paseando por el campo, al atardecer, sintiendo como si el tiempo comenzara a ralentizarse. La caída del sol, al atardecer, confería una tonalidad mágica a la transitoria naturaleza de ese periodo y los colores ocres de la vegetación contrastaban con la temperatura más fría del aire.
Aquel otoño, sin embargo, se sentía diferente. La tristeza había llegado pronto y demoledora, junto con las tormentas estacionales. El aire, húmedo y denso, le hacía sentir que se asfixiaba y su vida que había quedado estancada en una sucesión de momentos que parecían no pertenecer a ella misma. Septiembre y octubre habían transcurrido, vacíos, huecos, sin dejar su impronta en el alma solitaria de Sofía.
Era 31 de octubre, una fecha que señalaba la mitad del otoño, el paso definitivo del periodo de luz al periodo de oscuridad. Unos amigos habían conseguido arrastrarla a una reunión social, algo relativo a una celebración pagana. Sin haber dado oportunidades a una fiesta llena de desconocidos, pretendía huir cuando sus amigos anduvieran despistados. No esperaba que, al llegar a aquella casa de campo, decorada con falsas telarañas y calabazas huecas, sintiera que había algo, en el aire, que hacía que la noche se sintiera diferente.
En el patio delantero de la casa, ardía con brío una enorme fogata. Con su luz, iluminaba las figuras de personas que hablaban y reían alrededor. Algunos usaban disfraces de personajes de terror, otros simplemente vivían la mágica fascinación de la noche a través de los sorbos de la sidra caliente de sus vasos.
Dejaron la comida que traían sobre la larga mesa en la que se disponían los manjares para su libre degustación. Los diferentes platos representaban las variadas culturas de sus propietarios, unificadas todas esas recetas por la tradición otoñal. Reconoció algunos de esos alimentos, entre los que se encontraba una amplia variedad de buñuelos. Le llamó la atención un plato en particular: sobre una bandeja, meticulosamente ordenados, se distribuían unos bollos redondos con la parte superior más tostada.
- Son kuri manju. - Escuchó detrás de ella. Había sido una voz musical, ni demasiado grave ni demasiado aguda, con un curioso acento.
Sofía se giró, para ver la procedencia de esa voz, y la imagen con la que tropezó le hizo pensar que había viajado a otra época, a otro mundo. Frente a ella, había una chica delgada, de largo cabello castaño, que la miraba a través de unos oscuros ojos con epicanto. Vestía con ropa amplia y vaporosa, de colores claros, y poseía una suave belleza de elfo. Como sacada de un cuento de hadas, se quedó enganchada en la mirada que Sofía le estaba dirigiendo.
- ¿Perdona? - Preguntó Sofía, intentando centrar de nuevo su atención en la realidad.
- Esos dulces. - Señalaba la elfo, con una delicada sonrisa en su rostro. - Se llaman kuri manju. Es un dulce japonés, típico del otoño.
Con ello, no sólo le revelaba la procedencia de la receta, sino también de la persona que tenía frente a ella. Una linda japonesa, que hablaba en un correcto castellano. Debía llevar tiempo viviendo en España.
- Parecen deliciosos. - Se le ocurrió decir a Sofía, poco acostumbrada a las interacciones con desconocidos. - ¿Están rellenos?
- De pasta de judía blanca y castañas confitadas. Las hice yo. Si te gustan las cosas dulces, te gustarán.
- Me gustan.
Sofía era golosa y le apetecía probar esa golosina que le ofrecían, sobre todo, si esas esferas rellenas de castañas eran tan dulces como la cocinera. Ese pensamiento la golpeó por dentro. Jamás se había sentido atraída por una mujer. Sin embargo, pese a la sorpresa, no sintió temor.
- Perdona que te haya hablado. Es que no conozco a mucha gente aquí.
- No importa. Yo tampoco conozco a mucha gente. Pensaba servirme un poco de sidra. ¿Te apetece?
- Sí. Gracias.
Servida la sidra en dos vasos, Sofía y el hada japonesa fueron a sentarse cerca de la hoguera. La bebida caliente y especiada les caldeaba el cuerpo por dentro y el fuego mantenía caliente el exterior. Y había algo más que había comenzado a calentar sus almas.
- ¿Cómo te llamas? - Quiso saber Sofía, después de presentarse ella misma.
- Puedes llamarme Kuri.
- ¿No es así como se llamaban los dulces?
- Mi nombre oficial es Kuroki Ryou. Pero aquí todos me conocen como Kuri.
El desconocimiento de Sofía sobre la cultura y el idioma japonés propició que, en aquel momento, pudiera ignorar ciertos detalles, cuya información le había proporcionado la chica japonesa al darle su nombre. Sofía no necesitaba saber esos nimios detalles y, sin embargo, se encontró en una tranquila conversación sobre el mundo en el que ambas eran coincidentes.
En algún momento, Kuri se levantó y volvió con dos de esos dulces que tanto habían llamado la atención a Sofía y que había dejado olvidados tras conocer a tan mágica repostera. Kuri ofreció uno a Sofía y ambas chocaron las esferas, en un azucarado brindis embriagador. Cuando Sofía mordió la corteza y llegó al dulce relleno, su boca se llenó del puro sabor del otoño. Sabía a azúcar y castañas, pero su sabor evocaba a las hojas caídas, la tierra mojada y la tormenta. Sabía a paseos por el bosque y a tardes de lluvia junto a la chimenea. Olía como se imaginaba que debían oler los duendes de sus fantasías, tal y como olía la chica japonesa, que, en aquel momento, la contemplaba con una mirada y una sonrisa que la invitaban al sosiego.

Definitivamente, Sofía amaba el otoño. 

viernes, 9 de agosto de 2024

Mi primera novela

 

Mi primer libro fue, realmente, la primera parte de una saga de literatura fantástica. El concepto general de la historia llevaba rondando mi imaginación años, incluso tal vez, décadas. Mi falta de decisión para proceder a materializar esa idea estaba en mi autoexigencia. No me bastaba con escribir un libro. Tenía que hacer "buena literatura" y pensaba que mi concepto fantástico, romántico y algo endulzado no se podía incluir en esa categoría. 

Algo cambió en mi cabeza durante la pandemia del Covid-19, acontecimiento histórico que, para muchos, supuso un antes y un después. En la búsqueda de ocupar el tiempo durante el confinamiento, comencé a plasmar en papel todas esas ideas enmarañadas que poblaban mi cerebro. También leí mucho y comprendí que también disfrutaba con literatura menos "culta" y profunda; con novelas ligeras y de argumentos sencillos. Entendí que la "buena literatura" es mucho más extensa de lo que me había empeñado en creer. Y que una historia, si está bien contada, te puede atrapar sin grandes virtuosismos.

Como la idea original se había ido ampliando y complicando a lo largo de los años, decidí que mi primera novela tendría tres partes. También los personajes que ideé en un principio habían evolucionado, crecieron en número y cambiaron varias veces de género. 

Finalmente, terminé el primer libro de la saga, con el título de Las raíces del rencor. Envié ese primer manuscrito, junto con una descripción general de la saga La rebeldía de los ángeles, a algunas editoriales especializadas en el género, con igual resultado. Jamás recibí contestación. Y tomé una decisión.

Asumí el riesgo de cometer errores y que mi primera novela tuviera algunos fallos de estilo - puse mi mejor empeño en obtener una buena corrección y diversas opiniones - y, después de darle vueltas al texto, finalmente autopubliqué la versión definitiva en Amazon.

Más tarde, le siguió la segunda parte, El caos en los cielos y, recientemente, publiqué el tercer y último de los libros de la saga, El destierro.


lunes, 5 de agosto de 2024

Presentación


Desde que puedo recordar, iba dejando notas escritas en cada trozo de papel que caía en mis manos. Llevaba un diario atípico, pues, más que mi día a día, dejaba plasmados pensamientos abstractos o difusos. También recogía las palabras de otros que resonaban en mi interior: proverbios, citas literarias o cinematográficas, lecciones de vida de alguien más sabio... Escribía relatos cortos. También escribí poemas o versos sueltos, que se perdían en la maraña de letras con las que tejí mi infancia y adolescencia. 

Y, cuando maduré, dejé de escribir, como si el peso de las obligaciones acallara la necesidad interna de expresarme, de cultivar mi alma. Más tarde, encontré la danza y, con ella, otra forma de expresión que sirvió de sustituto a mi escritura.

Hace un tiempo, encontré algunos de esos manuscritos del pasado y, tirando del hilo, deshice el denso tejido de palabras de mis recuerdos. Entonces, decidí volver a tejer, con ellas y con nuevas palabras, una escritura para compartir con todo el que deseara leerme. En ese momento, nació M. Lizán, mi pseudónimo de autor y mis primeras novelas y relatos autopublicados, de los que os iré hablando en este blog. 

Os doy la bienvenida a Tejido de Palabras, un blog dedicado a la escritura en toda su amplitud: literaria, íntima y personal, libre y sin juicios.

M. Lizán

ESPIRAL ONÍRICA INFINITA

  Ese sonido había vuelto, acompañado por el leve movimiento del aire sobre mi cabeza. Sentía que el peso de un cuerpo desconocido hundía la...