Mi primer libro fue, realmente, la primera parte de una saga de literatura fantástica. El concepto general de la historia llevaba rondando mi imaginación años, incluso tal vez, décadas. Mi falta de decisión para proceder a materializar esa idea estaba en mi autoexigencia. No me bastaba con escribir un libro. Tenía que hacer "buena literatura" y pensaba que mi concepto fantástico, romántico y algo endulzado no se podía incluir en esa categoría.
Algo cambió en mi cabeza durante la pandemia del Covid-19, acontecimiento histórico que, para muchos, supuso un antes y un después. En la búsqueda de ocupar el tiempo durante el confinamiento, comencé a plasmar en papel todas esas ideas enmarañadas que poblaban mi cerebro. También leí mucho y comprendí que también disfrutaba con literatura menos "culta" y profunda; con novelas ligeras y de argumentos sencillos. Entendí que la "buena literatura" es mucho más extensa de lo que me había empeñado en creer. Y que una historia, si está bien contada, te puede atrapar sin grandes virtuosismos.
Como la idea original se había ido ampliando y complicando a lo largo de los años, decidí que mi primera novela tendría tres partes. También los personajes que ideé en un principio habían evolucionado, crecieron en número y cambiaron varias veces de género.
Finalmente, terminé el primer libro de la saga, con el título de Las raíces del rencor. Envié ese primer manuscrito, junto con una descripción general de la saga La rebeldía de los ángeles, a algunas editoriales especializadas en el género, con igual resultado. Jamás recibí contestación. Y tomé una decisión.
Asumí el riesgo de cometer errores y que mi primera novela tuviera algunos fallos de estilo - puse mi mejor empeño en obtener una buena corrección y diversas opiniones - y, después de darle vueltas al texto, finalmente autopubliqué la versión definitiva en Amazon.
Más tarde, le siguió la segunda parte, El caos en los cielos y, recientemente, publiqué el tercer y último de los libros de la saga, El destierro.
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