jueves, 28 de noviembre de 2024

 MENÚ DE NAVIDAD


Un salón interior, sin ventanas, iluminado con luces artificiales. Mesas redondas se distribuyen por el amplio espacio, acogiendo a su alrededor a los comensales. El bullicio de las mesas llena el lugar y densifica el aire que se respira. Es 20 de diciembre y en ese mesón de pueblo se celebra la habitual comida de Navidad de la empresa. La reglamentaria decoración navideña adorna las paredes y techo del restaurante y un centro de mesa, también con motivos navideños, estorba las conversaciones cruzadas.
- ¿Viste a Sole? - Una de las trabajadoras hace un gesto con el mentón, señalando a una mujer de otra mesa. - ¿Si se agacha, le veremos hasta la fecha de nacimiento?
La interlocutora, una compañera de oficina que se sienta junto a la que ha lanzado el ponzoñoso comentario, se ríe tontamente mientras también lanza miraditas a la compañera de la minifalda.
- Por dios, Elena, no pongas esas imágenes en mi imaginación. - Finge estar escandalizado un tercer comensal de esa mesa.
Los otros miembros de la mesa comparten la broma, entre risas algo alcoholizadas y ante la aburrida mirada del único empleado que, en el extremo opuesto, no ha alcanzado a escuchar el tema de chiste.
En otro círculo, dos trabajadores discuten sobre un tema de trabajo y son regañados por sus compañeros. Las carcajadas y el volumen de las voces aumenta a la par que desciende el nivel de las botellas de vino y cerveza que se distribuyen por las mesas. Los camareros han comenzado a retirar los platos de la comida para servir el postre y los cafés. Y luego llegará el momento más esperado en que se abra la barra libre y la pista de baile. A esas alturas, Sole ya se ha agachado a recoger algo del suelo y ha ofrecido una amplia panorámica de su trasero a los espectadores que hayan osado mirar. También ha habido reconciliaciones de compañeros, enfrentados las últimas semanas por temas laborales, pero que, bajo la bendición del empresario en forma de suculento banquete, se han concedido una tregua mutua al ritmo de salsa cubana.
Se acerca Navidad y ese ambiente festivo y complaciente se respira en el aire. Habrá días de fiesta y están pendientes de liquidar las vacaciones y días libres que no se han disfrutado durante ese año. Incluso en el trabajo, el clima alegre y optimista se contagia de oficina en oficina, al compás titilante de las luces navideñas.
Pero no todo es alegría en ese banquete navideño. Hay hostilidades no resueltas, heridas que nunca dejarán de sangrar. Hay, sobre todo, personas a las que no le gusta la Navidad. En mitad de aquel salón, zarandeado por los cuerpos en movimiento de sus compañeros, Miguel permanece inmóvil. Él lo ha intentado. Ha fingido sonrisas y buenas caras. Ha respirado profundamente cada vez que la ira ascendía desde sus entrañas. Pero, en ese momento, rodeado de jolgorio y alegría, una intensa rabia, sorda y ciega, le está asfixiando. No puede decir que odie a nadie en particular. Su desprecio se reparte, en dosis bastante homogéneas, entre todos sus compañeros: superiores o subordinados, masculinos o femeninos, incluso, los no binarios, si los hubiera, son los objetivos de su falta de empatía. Con mal gestionado desdén, observa a los trabajadores que, fuera de su entorno de trabajo, se comportan como una bandada de gansos, dibujando formaciones sobre la improvisada pista de baile.
En otro momento, quizá hace unos años, él no hubiera tenido ojos más que para Sofía, la administrativa del departamento de recursos humanos. Ella es la única que ha logrado despertar en el endurecido corazón de Miguel algo parecido a la ternura. Sus ojos risueños, su voz dulce y su cálida sonrisa al tratar con él le hicieron creer que había redención para alguien como él. Sin embargo, tras verla flirtear, año tras año, con los nuevos fichajes de la empresa, ha perdido el mínimo interés que la chica logró arrancarle. Ahora, la puede observar bailando con un nuevo becario, joven y asquerosamente guapo, que la hace sonreír, no como le ha sonreído tantas veces a él, sino de una forma lasciva y ordinaria. Miguel se ríe con amargura por haber creído que Sofía era diferente. Definitivamente, no existe salvación para Miguel.
En esas últimas Navidades, después de tantos años esperando sentir algún tipo de emoción, Miguel se pregunta a qué se debe que él sea como es. Durante toda su vida, únicamente ha logrado tener dos sentimientos: la ira o la indiferencia. No recuerda haber sufrido ningún tipo de trauma, ni en la infancia ni en la edad adulta. No hubo abusos, ni abandono, ni dejadez. Tuvo una familia funcional, con padres y abuelos amorosos. Fue a buenos colegios y disfrutó de todos los privilegios de un hogar de clase media. No hay explicación de la que un psicoterapeuta pueda tirar para desentrañar su ser.
Miguel está cansado. Está aburrido de su vida. Necesita un punto de inflexión. Quizá, provocar una pelea, como las que incitaba durante el instituto, le dé un subidón de adrenalina que le haga llenar, por unos instantes, ese enorme vacío. Tremendamente fácil y enormemente fugaz. Necesita algo mejor que eso. Imágenes grotescas visitan su mente mientras lleva su mano al bolsillo interior de su americana y palpa el acero, duro y frío, del arma que su padre dejó olvidada al morir.

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Un soplo de brisa perfumada. Un susurro acariciando mi oído. Un silbido que llama a mi ventana. Una sirena en mi mente en voz de alarma. Un ...